El brutal magnicidio del delegado de la FGR tras el mega-decomiso de huachicol plantea preguntas incómodas: operación planeada, ausencia de escoltas y sombras sobre el poder real.
La ejecución de Ernesto Cuitláhuac Vásquez Reyna no fue un crimen cualquiera. Fue un mensaje escrito en balas con una precisión escalofriante:
- La ironía letal:
- Ocurrió a 70 metros del complejo federal, días después de que la FGR decomisara 1.5 millones de litros de huachicol y asegurara un inmueble clave.
- Su blindaje nivel 5 fue burlado atacando el único punto vulnerable con una granada incendiaria. ¿Conocimiento interno o inteligencia criminal sofisticada?
- Las ausencias que gritan:
- ¿Por qué sus escoltas no lo acompañaban?
- ¿Cómo lograron huir los atacantes en tráfico congestionado con fuerzas federales a metros?
- El elefante en la habitación:
- Ernesto era el tercer hombre más poderoso de Tamaulipas, justo cuando la FGR golpeaba al huachicol.
- Gente en el gobierno estatal, ha sido señalado públicamente por vínculos con ese delito. ¿Simple coincidencia?
La pregunta que quema: ¿Fue esto una venganza por el decomiso… o alguien silenció al único que podía señalar dueños del inmueble asegurado? Solo alguien con más poder que el tercer hombre del estado ordenaría un ataque así.
